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Amores y desamores: nuevos sentimientos, nuevas emociones, nuevas experiencias desconocidas durante la infancia aparecen ahora sorprendiéndonos. Convertidas y convertidos en jóvenes, sentimos que el corazón se nos acelera cuando quien nos gusta nos mira, que nos excitamos cuando viene a nuestra mente, que el tiempo es interminable cuando no la/le vemos, que se nos salta el corazón cuando clica “me gusta” en nuestro perfil, que pasaríamos el día entero a su lado. A veces no sabemos ni ponerle nombre a todo esto.
¿Y qué hacemos cuando esto nos sucede? Quizás tengamos la suerte de tener ese amigo o esa amiga cercana que sabe qué nos pasa con tan sólo mirarnos y que nos echa un cable en plan “Celestina”. También hay quien intenta aconsejar desde sus escasas vivencias. Sin embargo, esos consejos muchas veces están apoyados –a falta de experiencias- en un ideal del amor que nada o muy poco tiene que ver con la realidad. Sólo hay que ver alguna película de moda, de éxito impresionante como “Crepúsculo” o las españolas “Tres metros sobre el cielo” y “Tengo ganas de ti”.
El argumento de este tipo de películas para público juvenil gira en torno a la relación romántica de pareja. Ella, cuidadora, buena chica. Gracias a su amor conseguirá “salvarle” a él, aunque sea a costa de su vida. El, malote, líder entre los machos o sensible vampiro, la protegerá de los peligros que le acechan. Versión moderna de Caperucita, el lobo y el cazador, con una pizca de “La bella durmiente”. Todo un clásico que no hace más que repetirse. Así, vemos que los personajes protagonistas son estereotipos inamovibles de masculinidad y feminidad, “ideales” sólo porque no pueden existir en la realidad.
En cuanto al modelo de pareja, estamos en lo mismo, muy estereotipada. Aquí van algunas de sus características:
– siempre relación chico-chica (y es que la homosexualidad no se acaba de normalizar)
– mediada por normas como el control del otro/a bajo la apariencia de preocupación por él/ella: “si confiaras en mí, me darías tu clave de facebook”, “¡qué hacías conectada a whatsapp a esas horas!”
– los celos como demostración de amor: “no te pongas ese escote, que los tíos no dejan de mirarte”, “borra a esas chicas del instagram si no quieres que me enfade”
– falta de espacios propios e intimidad de cada uno/a: “no puedes salir con tus amigos si no estoy yo”, “me lo tienes que contar todo”
– pensar que el amor es eterno, que va a durar siempre, que lo puede todo…
– creer que el amor de verdad lo perdona y aguanta todo (hasta lo imperdonable e inaguantable)
– pensar que lo único importante para hacerle feliz es mi amor, para lo que me entregaré en cuerpo y alma a esta relación, pasando yo mismo/a a un segundo plano
Así, mucha gente puede llegar a pensar que si su relación de pareja no tiene esas características, no sería “amor verdadero”. Ya ves, en más ocasiones de las deseables intentamos sentir y comportarnos como creemos que debe ser ese AMOR. Las normas “ideales” de un amor romántico como las que hemos descrito pueden llevarnos a comportarnos de manera abusiva con nuestra pareja, e incluso podemos llegar a maltratar al otro/a pensando que les demostramos nuestro amor. Y al revés, podemos dejarnos controlar pensando que así nos demuestra su amor.
Esta consideración del amor romántico como “el no va más” está basada no tanto en el amor, sino en otras emociones y sensaciones que aparecen por primera vez en la pubertad y que nos pueden confundir. Son el deseo erótico, la atracción y, sobretodo, el enamoramiento. Cuando hablamos de la aparición del deseo nos referimos a sentir que nos atraen los chicos o las chicas, así en general. En cuanto a la atracción, es una concreción de ese deseo: me gusta esa chica o ese chico. Y tras esa atracción por alguien, puede surgir el enamoramiento: cuando nos enamoramos queremos estar juntos todo el tiempo, nos sentimos unidos/as, se tiene la sensación de que el afecto es mutuo. Y además, se vive especialmente el deseo y la pasión, con o sin relaciones eróticas. Estos sentimientos surgen aunque todavía no conozcamos demasiado a la otra persona, por lo que la idealizamos: sólo vemos sus cualidades. ¿A que está muy relacionado con las características del amor romántico?
Sin embargo, esta sensación de fusión es tan intensa que no puede durar mucho tiempo (dicen que de un mes a un año). Así, a partir de ese momento el enamoramiento se puede transformar en amor – en donde cada miembro de la pareja es más autónomo, una relación basada en el conocimiento mutuo y en la aceptación de lo que nos diferencia, en el respeto – o llevar a la ruptura.
Por eso es tan importante reflexionar sobre lo que sentimos (la razón sobre el corazón) para no dejarnos engañar por ideales. Afortunadamente, como la realidad se empeña en demostrarnos, chicos y chicas somos más que estereotipos. Hay chicas sensibles que no dejan por ello de ser fuertes. Hay chicos blandos y amorosos que son tan hombres como los “machotes” (o incluso más). Hay chicas que se enamoran de chicas y chicos que se enamoran de chicos. O incluso de ambos. Esa es la realidad, que todos y todas somos diferentes aunque a veces queramos ser como los y las demás (o mejor dicho, como creemos que son).
Os invito a volver a ver esas películas con un poco de sentido crítico, fijándoos no tanto en lo guapos que son los personajes protagonistas y lo romántica que resulta su relación, sino en lo que realmente creemos que nos haría felices, en lo que importa de verdad en una relación de pareja. Yo considero básicos los siguientes ingredientes:
– respeto mutuo, también en cuanto a las relaciones eróticas que queremos ambos
– aceptación del otro/otra como es y no como querríamos que fuera
– comunicación basada en la escucha, sin imponer nuestras opiniones, gustos,…
– confianza para contar nuestros problemas, lo que sentimos, lo que anhelamos, sabiendo que respetarán nuestra intimidad
– apoyo en los malos momentos y no sólo en los buenos
– …
Y tú, ¿qué otros ingredientes crees que son necesarios? Recuerda que las parejas “reales” pasan tanto por malos como por buenos momentos y que lo importante es aprender de las propias experiencias, no de lo que nos cuenten nuestras amistades o los ideales románticos de las películas.