Nube 4

El mundo de los profesores y las profesoras ( aprender a conocerlos para entenderlos)

Lecciones aprendidas por La Omega

Se apodera de ti la sensación real pero a la vez engañosa de que el tiempo no pasa ya que los alumnos tienen siempre las mismas edades. Pero es una impresión falsa. Los alumnos, efectivamente, llegan con la misma edad, pero tú, en cambio, cada curso has envejecido un año más.

Y que el tiempo pasa lo notas por aquel alumno que te dio tanta guerra, Lucas San Juan, que ahora es vinatero y tiene dos hijos que pronto serán tus alumnos. Te saluda con afecto y te presenta a su mujer, este fue mi profesor de Ciencias, me tuvo que aguantar dos años. Sabes que los que han sido los alumnos más difíciles son los que con el tiempo te van a apreciar más. Por lo que les tuviste que aguantar.

Otro día te encuentras a Carlos López, aquel alumno cretino que siempre se estaba quejando por las notas y después apenas te saluda. Ahora dirige la sucursal de un banco. Un día de estos quizás tienes que ir a pedirle un crédito. No te gustaría. Tienes la impresión de que hace como que no te conoce, que no te ve. No recuerda los esfuerzos que tuviste que hacer para que aprobara. Ahora parece mirarte un poco por encima del hombro, mira, el profe de ciencias, ahí sigue aguantando a los mismos alumnos.

Sigue igual, por tanto no ha mejorado.

Y tiene razón, sigues igual, seguimos igual, o no, peor. Quejándonos de que los alumnos de ahora no saben decir una frase sin soltar una palabrota, o no saben expresar un sentimiento sin decir algo soez. Sabes que cada vez saben menos y no tienen ninguna curiosidad por aprender.

Los currículos cambian para que todo siga igual, no, igual no, peor. Las rutinas tienen un efector devastador sobre el conocimiento. Sí, pero las rutinas son necesarias para que la vida escolar funcione.

No recuerdo exactamente quién empezó, pero estuvimos contando anécdotas de clase que con variaciones se contaban en todos los institutos y que ya no se sabían si eran leyendas que habían crecido a partir de pequeñas historias o hechos tan irreales como verosímiles.

Recordamos los motes de nuestros antiguos profesores (que algunos serían compañeros): Don Orfeo, el profesor de música que se dormía en clase; Don Condón, al que los alumnos le llamaban así porque exigía que le tenían que llamar “Don Juan con-don”; la Nancy, porque cada día “llevaba su modelito”; Don Crispín, porque una vez dijo que le estaban “crispando”; Don Yomismo, porque decía que él era auténtico, y otros más crueles como John Doss Pasos o El Engañabaldosas, a Juan, el profesor cojo de inglés, o El Pulpo, al cura que siempre estaba sobando a los alumnos…

Yo les conté, sin poner nombres — fue Ana Mari la que me tiró de la lengua— historias del limpiador que fumaba porros en los pasillos o la última juerga organizada por Lino, el bedel. Según lo contaba miraba de reojo para comprobar las reacciones de Sara. Podía ser que no le hicieran tanta gracia sabiendo que su hija estaba en ese instituto objeto de las anécdotas. Me tranquilicé al comprobar que reía y que su risa no parecía fingida. Al mismo tiempo parecía que descubría otra personalidad que hubiera tenido oculta bajo un disfraz de aparente seriedad.

……………………..

Alterado volví a releer la denuncia desde el principio y me di cuenta que todas las alegaciones apuntaban “por acción o por omisión” contra mí actuación en todo lo referente la viaje de estudios. Tras una prolija y sesgada relación de los hechos venía a hacer un recuento de todos los errores que yo habría cometido.

Que no se habían pedido los pertinentes permisos a algunos padres. En el caso de Elsa era cierto, pues solamente se lo habíamos enviado a la madre, la que tenía la custodia legal.

Que no habíamos tomado las medidas necesarias para controlar el consumo de alcohol y drogas. Si lo hicimos fue tarde y después de que hubiera ocurrido el desgraciado incidente.

Que no llevábamos los seguros escolares preparados. Si que los llevábamos,— me lamentaba yo— pero con la precipitación nadie se acordó de presentarlo.

Que no le habíamos avisado cuando ocurrió todo. No era cierto, intentamos llamarle, pero no respondía. No teníamos ninguna prueba de que le hubieramos intentado llamar.

Que habíamos sacado a Elsa sin que se le hubiera dado el alta, poniendo en riesgo su vida. Era cierto que, (ingenuos y confiados) nos fuimos de allí sin que nos dieran ningún papel con el alta médica.

Y que además —para colmo decía yo para mí— yo (que había pretendido hacerle un favor) la había llevado en mi coche poniendo (supuestamente) en grave riesgo su vida pues la había llevado de vuelta a casa sin las debidas cautelas medicas (y otra vez) poniendo en grave riesgo su vida. Con el agravante —añadía el firmante de la denuncia— que el día anterior yo había estado en una cata y posterior comida regada con “abundante variedad de vino y licores” de lo que numerosos testigos podían dar fé.p. 163

Reflexión de las jóvenes

«Los profesores y las profesoras tratan de diferente manera a los alumnos y alumnas dependiendo de las notas, actitud,…»

«Nos da mucha rabia que nos critiquen o nos cuestionen delante de todo el grupo.»

«Tenemos la sensación de que los profesores y profesoras imponen su razón aunque lo la tengan siempre porque ejercen su autoridad»

«Yo soy la que explico y soy la que mando», «Si eres tan lista, sal tú a explicarlo» son frases que escuchamos habitualmente en las clases.

Cuando tenemos un problema con un profesor o con una profesora, cuando suena el timbre no se olvida. El problema continúa y probablemente tengas otro problema con otro/a profesor/a o comparera/o porque te has quedado mal.

«A los/as profesores/as no les afectan los problemas de la misma forma que a nosotras, no entienden nuestros problemas.»

Los profesores y profesoras llegan muy cansados a las últimas horas y suele haber más problemas en las clases que se dan al final de la mañana.

«No nos sentimos bien tratadas por los profesores y las profesoras»

«Entendemos que los profesores y las profesoras tengan problemas fuera pero no lo tienen que pagar con nosotras»

«Las profesoras y los profesores se protegen entre ellas y ellos para no tener problemas aunque sepan que sus compañeros y compañeras no tengan la razón.»

Reflexión del autor, Manuel Septien

El tema de la cuarta nube, “el mundo de los profesores y profesoras” raramente, por no decir nunca, se trata en las sesiones de tutoría. Es como si las personas educadoras tuviéramos un cierto pudor a hablar en nuestras clases de nosotros y nosotras mismas y de nuestros problemas, tal vez porque consideremos que hay que focalizar todos los esfuerzos en las necesidades que tiene el propio alumnado. Pensamos que no debemos emplear tiempo lectivo para hablar de nuestros asuntos con los alumnos y alumnas, y que nuestros empeños y dificultades sólo deberíamos tratarlos con los compañeros, con las compañeras o en los claustros. Pero creemos que sí que hay que hablar de las condiciones del profesorado como parte fundamental de los procesos de enseñanza aprendizaje.

En el caso de 12 nubes han sido los alumnos y alumnas que participan en el proyecto quienes han propuesto este tema con un planteamiento tan novedoso. Y la verdad es que raramente se pone el foco en el punto de vista del profesorado y en la forma en la que se desarrolla nuestra actividad educativa.

En las reuniones entre compañeros y compañeras muchos profesores y profesoras comentamos cómo cualquiera se siente facultado para opinar e incluso interferir en la forma de desarrollar nuestra labor, ignorando en muchos casos los aspectos administrativos, personales y laborales que los condicionan.

En muy pocas ocupaciones la labor de la figura profesional está tan observada como la del profesorado y al mismo tiempo tan mediatizada por la administración educativa, por una parte, o por la extracción del alumnado y el contexto en el que se desarrolla el proceso de enseñanza aprendizaje, por otra.

Como dice Fermín Alastuey, el protagonista de la novela: “La profesión de profesor es una de las ocupaciones más individualista que existe. A pesar de que en los centros se configuran equipos didácticos y se constituyen seminarios en los que se fijan los contenidos pedagógicos y su desarrollo “epistemológico”, sabes que a la hora de la verdad eres tú, solo, el que tiene que enfrentarse al grupo”

Desde luego, si en todos los sectores laborales se producen simplificaciones y se crean estereotipos, el mundo de la enseñanza no es una excepción. El alumnado se pasa de un curso a otro informaciones urgentes (y muchas veces sesgadas) sobre el talante de los profesores y profesoras con quienes van a tener que convivir (y quizás sufrir) a lo largo del curso. Muchas veces esta visión de los alumnos y alumnas suele ir unida a sobrenombres que en muchas ocasiones responden a inercias que pasan entre el alumnado de generación en generación sin ninguna razón que lo justifique.

En “Nubes de tiza” las reflexiones del director del Manuel Quintano, Fermín Alastuey, nos dan buena cuenta de sus tribulaciones con la administración educativa y con los padres. Como profesor nos muestra las dificultades que encuentra para mejorar su labor. Nos habla de los “malos” alumnos en el sentido moral del término y de los malos en el sentido académico. Y se lamenta de las dificultades que se producen en el sistema y los obstáculos que encuentra en su labor como director y como profesor. Y el desánimo se refleja en estas reflexiones cuando dice que todo cambia, pero en la escuela, dice, quizás exageradamente, todo sigue igual. Los cambios que se están produciendo en la sociedad son tan vertiginosos que apenas da tiempo a incorporarlos a la escuela. Y el sentimiento de que es una necesidad ineludible que la escuela este imbricada en su medio social aumenta esa sensación de desazón.

Es un hecho innegable que el profesorado, junto a los recursos de que están provistos sus centros, constituye la columna vertebral del sistema educativo. Todo el personal especialista establece una relación directa entre la calidad de los y las profesionales de la enseñanza y el nivel académico de su alumnado y del sistema en general.

Dicho esto, el alumnado y sus familias deben conocer las circunstancias en las que se desenvuelven sus procesos de enseñanza aprendizaje en relación a sus profesoras y maestros. Cuanto mejor conocimiento de la circunstancias de su aprendizaje tengan los miembros de la comunidad educativa tanto mejor se podrán optimizar sus resultados. Y en este conocimiento es fundamental una relación fluida con sus maestros y profesoras para lo que resulta imprescindible mejorar la comunicación, más allá de las conversaciones bienintencionadas y urgentes de pasillo.

Una fuente importante de situaciones conflictivas en los centros es la falta de información o de un conocimiento claro de los criterios por los que se rige la actividad académica por parte de todos los miembros de la comunidad.

En muchas ocasiones los conflictos permanecen latentes porque no hay canales de comunicación u oportunidades para intentar plantear su solución antes de que el problema vaya a más.

En la medida en que los centros ofrezcan canales y medios para mejorar la comunicación y la participación entre todos los integrantes de la comunidad educativa mejoraran los resultados. La labor de los equipos docentes será mucho más eficaz en la medida en que encuentre el apoyo y la participación de todos los sectores implicados.

Reflexión del experto, Ángel Zárate

He de comenzar, como no podía ser de otra forma, reconociendo la labor desarrollada por tantos y tantas profesoras a lo largo de su vida profesional. Casi siempre una labor callada y abnegada, y por eso más meritoria, si cabe. Todos hemos conocido en nuestra vida de estudiante ejemplos de docentes que nos han marcado y dejado algún tipo de huella indeleble en la memoria. Los recordamos por diferentes razones: por lo que pudimos aprender, por cómo nos hicieron aprender; por la entrega a su profesión o, en otros casos, por el afecto y cariño con que nos trataron, o por los valores que nos transmitieron. Es cierto también, que otros se han difuminado de nuestro recuerdo, probablemente porque no supieron tocar la tecla que nos emocionara, o no percibimos ilusión en su trabajo. Pero qué duda cabe de que también aprendimos de ellos.

Quienes nos dedicamos a esta profesión sabemos que lo que somos como profesores y profesoras, en buena medida lo hemos aprendido de quienes nos precedieron. Al mirar en el espejo de su vida profesional hemos visto la experiencia vicaria de sus modos y maneras. Un buen hacer que ha enriquecido nuestro bagaje de recursos profesionales, pero también nuestra personalidad como docentes.

En ocasiones se ha achacado a la profesión docente que se ocupase solo de comprobar los frutos obtenidos; es decir, certificar los conocimientos de sus alumnos, sin considerar suficientemente la necesidad de trabajar para que ese “árbol” plantado a comienzos de curso amplíe sus raíces, se nutra por sí mismo, crezca frondoso y, como consecuencia, dé sus mejores frutos. Todas las personas educadoras saben que del cuidado y atención que presten a su retoño dependerá la cosecha que se obtenga.

En mi opinión, la mayoría de los docentes se han preocupado por instruir a su alumnado, pero también por educarlo. Si hablamos de simple instrucción, nos referimos a la mera transmisión de conocimientos por el profesor o la profesora y a su asimilación por el alumnado. La educación supone mucho más: emociones, sentimientos, y valores. Se trata de abordar de manera global e íntegra la construcción y el desarrollo de la personalidad del estudiante.

Siempre ha habido profesores y profesoras que, a la par de instruir en los conocimientos de las materias, han preparado y abonado el terreno para el mejor crecimiento personal de sus pupilos y pupilas; es decir, han educado en la responsabilidad, la integridad, la solidaridad o el respeto. Han buscado que su alumnado aprendiese a hacer y conocer cosas, pero también a ser mejores personas y a convivir con los demás.

Los profesores y profesoras, además de la experiencia acumulada y del ejemplo recibido, disponen de la pátina protectora que les confiere su formación didáctica y pedagógica. Bien es cierto que a veces ha sido una formación escasa de partida, pero que se ha compensado con una gran voluntariedad y dedicación profesional, unas veces recibiendo formación complementaria, y otras con una reflexión constante sobre la propia práctica.

Si lo analizamos detenidamente veremos que incluso esto no es suficiente hoy en día. El desempeño de la profesión docente, aparte de una buena preparación de salida, exige una actualización constante y permanente a lo largo de toda la vida profesional, con el simple objeto de no quedarse relegado y adaptarse mejor a las cambiantes circunstancias del mundo actual.

Los conocimientos y teorías pedagógicas han evolucionado enormemente en las últimas décadas, siempre al albor de unas transformaciones sociales de envergadura, que han creado, por qué no decirlo, un cierto desasosiego profesional incrementado en nuestro país por la incapacidad de los políticos y políticas de consensuar un marco teórico y curricular estable con el que poder desempeñar la labor docente de acuerdo a las exigencias de nuestro tiempo.

Para ser consciente de lo que la sociedad actual demanda de un profesional de la enseñanza, no queda más remedio que retrotraernos y repasar los cambios sociales y culturales acontecidos con perspectiva histórica.

DibujoAsí, vemos que el objetivo de la primera Enciclopedia, publicada a finales del siglo XVIII por Diderot y D’Alembert era reunir todo el conocimiento disperso. Se concebía el saber como algo sólido y acumulable, por lo que era inevitable ayudar a la memoria personal de cada cual con una compilación y organización de los conocimientos.

A lo largo del siglo XIX se aceleraron los descubrimientos, se incrementaron las teorías y prosiguió la acumulación del conocimiento. Pronto se hizo evidente que la totalidad del conocimiento era inabarcable a nivel individual. Pero la verdadera inflexión no llegó hasta mediados del siglo XX, cuando se llegó a concluir que no hay más verdades que las interpretaciones que hacemos de ellas. Toda percepción, teoría saber, o conocimiento es una reconstrucción o interpretación personal. La única certidumbre es reconocer los límites del conocimiento, en un escenario como el actual en acelerada y constante transformación.

Hace nada, cuando nuestros abuelos y abuelas eran jóvenes, nadie era capaz de intuir la revolución tecnológica que se avecinaba. En un tiempo asombrosamente breve se ha creado, con la denominada civilización tecnológica, un entorno global diferente al que hemos de adaptarnos rápidamente.

Pierre Lévy[1] utiliza la imagen gráfica del Diluvio Universal para describir esa nueva civilización como una situación sobrevenida que nos inunda y que parece ahogarnos. Afirma, asimismo, que esta enorme avenida de las aguas de la cibercultura no parece que vaya a descender, sino todo lo contrario, y previene que si queremos para nuestros alumnos entornos en los que puedan desarrollarse plenamente dando sentido a sus vidas habrá que construirlos con otros parámetros.

Conocer y pensar ya no es llegar a una verdad absolutamente cierta, sino que es contemplar la incertidumbre. No es acumular conocimientos sino aprender a aprender, que no deja de ser una de las afirmaciones más repetidas en la literatura pedagógica actual, y para lo cual es necesario aceptar un entorno cambiante sin referencias fijas a las que asirse, ya sean históricas, cognitivas, biológicas, culturales o de otro tipo.

Todo ello nos lleva a hablar de cambio de época más que de una época de cambios. Si tenemos esto presente podremos sentirnos actores y partícipes de nuestro tiempo, tenderemos a calibrar bien las necesidades de nuestro alumnado y a ser conscientes de las posibilidades didácticas y educativas del escenario global que tenemos enfrente. Aprender a aprender supone, además, aprender a observar la realidad, a reflexionar sobre ella, juzgarla, revisarla, formular propuestas; y también a reconocer los errores, a rectificar, a intentarlo de nuevo, a dialogar, interactuar con otros, a relativizar mi posición y a ser responsable y consecuente con mi actuación.

Esto no indica, como pudiera parecer, debilidad e inseguridad sino que delimita una nueva concepción de nuestra personalidad que paradójicamente será muestra de un buen grado de madurez.

Si como profesorado queremos preparar para la madurez personal, deberemos dotar a nuestro alumnado de un bagaje emocional que conlleve una actitud de cuestionamiento permanente y búsqueda continua, lo que le permitirá afrontar mejor ese grado de permanente incertidumbre.

Esta nueva forma de educar, requiere la búsqueda de un modelo de profesión docente que asuma nuevas competencias profesionales en el marco de un conocimiento pedagógico, científico y cultural revisado. Es decir, esta nueva época requiere un modelo-profesor diferente. No sirve la visión tradicional del desempeño de la profesión docente que se caracterizaba por el conocimiento objetivo de las distintas disciplinas y para el que disponer de un conocimiento formal era equivalente a poder enseñarlo.

Para el profesorado de hoy no es tan relevante la transmisión de un conocimiento inmutable y formal como ir construyendo un conocimiento que no ha de aspirar a ser definitivo. Es más importante adaptarse al contexto en el que se aprende y adoptar las propuestas metodológicas más adecuadas en cada caso y circunstancia. Trabajar desde el contexto también supone reconocer la importancia que tiene para la docencia actual el aprendizaje de la relación, la interacciones en el grupo o fuera de él.

En definitiva, la enorme complejidad social y educativa de la educación actual aboca a una profesión docente menos individualista, más generosa, colectiva y colaborativa, que relegue las concepciones más tradicionales e individualistas de la misma y opte por situaciones que fomenten el análisis y la reflexión sobre la práctica. Es preciso abrir las puertas del aula, reflexionar, interpretar, debatir e intercambiar ideas, para lo que la Red ofrece enormes posibilidades y recursos.

12 Nubes puede ser una buena muestra de ello; un foro de intercambio y difusión de opiniones experimentadas y propuestas audaces sobre la educación actual. Mucha suerte para esta interesante iniciativa.

[1] Pierre Lévy. La cibercultura, el segon diluvi? Barcelona, Proa, 1998.