Reflexión de la experta, Amaia Septien

El término absentismo se emplea en educación para referirse a las ausencias frecuentes e injustificadas a clase del alumnado. Cuando el absentismo no se produce por causa ajenas a la persona alumna debe ser considerado como una respuesta de rechazo por parte de esta hacia el sistema escolar y adopta varias manifestaciones y grados: en algunos casos, son ausencias a clase que deben ser contempladas más como una especie de travesura infantil que como un problema como tal; en otras, son ausencias mucho más preocupantes y van desde el absentismo pasivo del alumno o alumna desenganchada de las explicaciones y actividades normales de las clases, a las faltas de puntualidad, la inasistencia a clase de forma especial a las que tienen lugar en ambos extremos horarios, las ausencias intermitentes a unas clases o asignaturas, el abandono esporádico del Centro a determinadas horas…, y así hasta llegar al abandono definitivo de la asistencia a clase. Todas ellas son, a la vez, signos de alarma y manifestaciones del fenómeno del absentismo.

El término absentismo escolar, considerado como un hecho general en lugar de individual, cambia el sentido del fenómeno de las ausencias reiteradas a clase y pasa a ser percibido como un problema que se sale de la esfera de lo puramente escolar para convertirse en un asunto que afecta a la comunidad entera pasando a ser un problema social.

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En numerosas ocasiones se ha tratado de explicar el absentismo escolar recurriendo a factores psicológicos de la persona alumna (baja autoestima, ausencia de habilidades sociales, etc.) o a causas sociológicas, como la pertenencia a un determinado colectivo, a una minoría étnica, o a otras características sociales; si bien es cierto que el absentismo afecta más a sectores de población que sufren situaciones de marginación social o económica, no puede concluirse que éste sea el único factor explicativo de este problema. Lo mismo habría que decir de la actitud familiar que, por diversas motivos, se concreta en no prestar la atención necesaria, tanto al cumplimiento de la escolarización en el centro escolar. Habría que considerar otra serie de factores que lo provocan, como el sentimiento de pérdida de la autoestima, el desencuentro entre los intereses del alumno y los de la escuela, y un cierto grado de complicidad por parte de la familia o del grupo de iguales, complicidad que viene a reforzar la respuesta absentista su parte.

Por todo ello se puede estimar que el alumno o alumna absentista, dependiendo de la gravedad de su situación, va desarrollando un proceso que puede ser identificado en tres fases: escolar, social y judicial, según la escala realizada por Manuel Ávila Suárez “En El alumno absentista como problema escolar”:
Fase Escolar, en la cual se engloba lo relativo a la detección del problema, análisis inicial de las causas y puesta en funcionamiento de mecanismos que intenten paliar el problema y reconducir al alumnado en colaboración con la familia y otras instituciones.
Fase Social, entendiendo por ésta los procesos a realizar en el ámbito de asistencia social realizado por los poderes públicos, tanto de régimen local como autonómicos, que asumen responsabilidad en el campo de la intervención directa sobre los problemas sociales de los ciudadanos, especialmente con colectivos en situaciones socio-económicas desfavorecidas.
Fase Judicial, cuando se plantea la necesidad de salvaguardar los derechos del alumnado a la educación, especialmente en los casos de un absentismo consentido y promovido en algunas ocasiones por la propia familia de la persona menor.
De todos modos, detrás de la mayoría de los casos de absentismo existe una problemática compleja, muy diversa, que muchas veces no se puede identificar como una cuestión puntual, sino que es la consecuencia de una serie de factores que se combinan y hacen aparecer este problema.
Un especial interés merecen aquellos factores propios del centro que pueden fomentar a una conducta absentista; ser conscientes de la propia responsabilidad del centro escolar permite plantear respuestas adecuadas por parte de los responsables educativos, asumiendo las propias responsabilidades y abandonando la actitud victimista que se proyecta desde el propio centro, atribuyendo la responsabilidad del problema a la familia, al propio alumno o alumna o al sistema educativo que obliga a la escolarización “forzada” del alumnado.
En consecuencia con esta asunción de responsabilidades los elementos que deben revisarse desde el propio centro para analizar su repercusión en las conductas absentistas son: el curriculum, la organización del propio centro y el tipo de relaciones que se establecen en el mismo.
No cabe duda que un plan de estudios marcado por el academicismo y la abstracción, muy alejado de los intereses vitales de muchos de los alumnos, sobrecargado de contenidos y materias incide directamente en las actitudes de los alumnos hacia el centro y hacia las clases; lo mismo hay que decir de la rígida organización de los muchos centros escolares, de su rigidez horaria y de funcionamiento, de reglamentos “de régimen interior”; o de la falta de relación humana que puede darse demasiadas veces entre alumando y profesorado, muchas veces por falta de tiempos y de espacios que las hagan posibles,
Lejos de actitudes derrotistas, hay que señalar que es posible actuar sobre el absentismo escolar y obtener buenos resultados, pero siempre que dicha actuación comience tempranamente y no espere al final, cuando ya la conducta absentista haya llegado a un punto de no retorno.
Desde nuestro punto de vista, y en relación de todas las instituciones implicadas, habría que plantear cuatro tipo de acciones: acciones preventivas, destinadas a favorecer la intervención precoz que evite la aparición de conductas absentistas; acciones de control destinadas a normalizar la intervención efectiva en los casos de conductas absentistas; acciones de acogimiento destinadas a apoyar el proceso de integración escolar sin interrupciones del alumnado absentista; por último, acciones globales que aseguren la complementariedad y la coherencia de la intervención con el alumnado absentista de todos los agentes responsables de la mediación: centro, familias y servicios de base.

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