Reflexión del experto, Asexoria

Parece inevitable, siempre que hablamos de la erótica de las personas jóvenes, no caer en el discurso de los riesgos y peligros que entraña el mantener relaciones sexuales compartidas. Nos preocupamos, casi exclusivamente, de que las relaciones eróticas de los jóvenes sean seguras y es ahí precisamente donde ponemos todos nuestros esfuerzos, olvidándonos de la dimensión lúdica y placentera que tiene que tener cualquier encuentro erótico. La única preocupación de educadores/as, padres, madres y me atrevería a decir que incluso de gobernantes, es que los y las jóvenes usen un condón. Y la cantidad de dinero público que se destina a ello avala esta idea. De nuevo lo urgente hace que no nos preocupemos de lo importante.

¿Cuál es el modelo erótico de las personas jóvenes?, ¿cuáles son las mayores dificultades a las que se enfrentan a la hora de tener sus relaciones sexuales?

Lo primero que debiéramos tener en cuenta es que nuestra sociedad es tremendamente coitocentrista. El coito (la penetración del pene en la vagina) se nos presenta como el fin último de todo encuentro erótico. De este modo oímos hablar de “relaciones completas” en función de si ha habido coito o no. Es la práctica mejor valorada, incluso por aquellas personas que nunca han mantenido este tipo de relaciones. Lo cual es sorprendente, sobre todo si tenemos en cuenta que alrededor del 70% de las mujeres no tienen un orgasmo con la simple estimulación del pene en la vagina. Estamos ante una práctica que garantiza el placer masculino, pero no garantiza el placer femenino. Eso por no hablar de los “preliminares”, etiqueta que ponemos a todas las prácticas eróticas distintas del coito, relegándolas a una segunda categoría, una especie de teloneros cuya función es la de calentar el público y prepararlo para el “plato fuerte”: una relación de coito.

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En esta clave coital, tenemos la idea equivocada de que el órgano que se equipara en la mujer al pene es la vagina. Esa afirmación sería cierta desde el punto de vista reproductivo. Sin embargo si hablamos del placer, el órgano femenino que se equipara al pene es el clítoris, el gran olvidado en toda esta cuestión de la erótica. Los y las jóvenes tienen más presente y muestran mucha más curiosidad por el misterioso punto G que por el clítoris, quizá porque el famoso punto G sitúa el placer femenino allí donde creemos que debe estar, en el interior de la vagina, a pesar de ser un órgano en el que no hay receptores de la sensibilidad en dos tercios de su longitud. La vagina es un órgano reproductivo, no erótico. Quizá esto no pasaría si de vez en cuando saliéramos del discurso reproductivo y habláramos de la anatomía y fisiología del placer.

Se nos vende un modelo erótico muy ligado al rendimiento genital, sobre todo al “funcionamiento” del pene, que se convierte en el órgano por excelencia para mantener una relación sexual. La erección se plantea como algo imprescindible, sin la cual no hay juego. El órgano erótico por excelencia no está entre las piernas, ni siquiera entre las orejas, recubre la totalidad de nuestro cuerpo y se llama piel. Y es que el juego erótico, no es tanto una cuestión de genitales, sino una cuestión de pieles.

El modelo erótico imperante es un modelo que cuantifica el placer y lo reduce al orgasmo. En esta óptica cuantitativa hablamos del número de relaciones sexuales, número de orgasmos, número de amantes…y pocas veces nos fijamos en la dimensión cualitativa -es decir, de calidad- de las relaciones eróticas. De este modo creemos que alguien que tiene 2 orgasmos, está más satisfecho que alguien que sólo tiene uno; que alguien que tiene 5 relaciones sexuales, tiene una vida más plena que quien tiene 2; o que alguien que ha tenido muchos/as amantes, ha tenido una intensa y maravillosa vida sexual. Nos olvidamos que el placer es una vivencia totalmente subjetiva, que va más allá de la fisiología o de los números, y que muchas veces no tiene tanto que ver con receptores sensoriales sino con vínculos afectivos.

¿Y qué hay del porno? ¿Cuál es la influencia que tiene la pornografía en la erótica real? Tengamos en cuenta que nunca antes las personas jóvenes habían tenido un acceso tan fácil al porno y desde tan temprano como en la actualidad. El material pornográfico se expande de forma viral gracias a las TICs (tecnologías de la información y la comunicación) y ofrecen una imagen distorsionada, exagerada y tremendamente genitalizada de las relaciones eróticas. Un modelo erótico carente de ternura, en el que la mujer es un mero objeto al servicio del placer masculino, donde los cuerpos se diferencian mucho de nuestros cuerpos y donde el rendimiento está por delante del disfrute. La pornografía es la ciencia ficción de la erótica y no habría mayor problema si al ser consumida fuéramos conscientes de que estamos viendo una película de marcianos. El problema está en que muchas veces se convierte en material de aprendizaje para las personas más jóvenes, que por la falta de experiencia vital suficiente llegan a creer que la pornografía es el reflejo de la realidad y llegan a creer que la gente en su intimidad se comporta como se comportan las personas en el porno. Todo esto ha generado una “pornografización” de la intimidad, que tiene su máxima expresión en el “sexting” (creación y divulgación de material audiovisual de contenido erótico, más o menos explícito, cuyo protagonista es la misma persona que lo crea y lo difunde). Y es que Internet se ha convertido en un nuevo escenario donde los y las jóvenes pueden tener sus encuentros eróticos. Un escenario que perciben como seguro, en cuanto a que no hay posibilidad ni de embarazos ni de infecciones, pero que desde luego no esta exento de riesgos. Vaya, qué curioso, hablando de erótica volvemos a la cuestión de los riesgos…

Este es el contexto en el que las personas jóvenes tienen sus relaciones eróticas. Un contexto cargado de mensajes de obligatoriedad y de presión, en el que el “deber” se antepone al “deseo”, en el que nos movemos entre lo que se considera “normal” o “anormal”, un contexto en el que hacemos más caso al discurso oficial que a nuestra piel.

El sexo cobra una dimensión humana cuando se reflexiona sobre él. De lo contrario nuestra actividad erótica distaría poco de la de cualquier otro mamífero, y ese es el objetivo de estas líneas: una invitación a reflexionar sobre cómo son nuestras relaciones eróticas y sobre cómo podrían llegar a ser si antepusiéramos el deseo al deber y si nos pusiéramos a escuchar lo nos marca nuestra piel.
(Raúl Marcos Estrada. Asexoria de Sexualidad)

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Angel Zárate

Diplomado en Magisterio y Licenciado en Historia por la Universidad del País Vasco. Licenciado en Pedagogía por la UNED. Premio extraordinario de doctorado en orientación