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“Se amortigua el conflicto generacional, pero aparecen nuevas brechas (cada vez más sutiles) que separan a padres e hijos. Unos y otros comparten cada vez durante más tiempo el mismo espacio (si tenemos en cuenta el retraso en la emancipación familiar, están condenados a vivir más tiempo con sus padres que con sus futuras familias). Ya no están obsesionados en marchar del espacio compartido (entre otras cosas, porque no se lo pueden permitir) y buscan espacios propios que puedan compensarles: la cultura de la noche, los viajes y la habitación propia.” (Carles Feixa, 2005: 15) ….y la lonja.
Las lonjas y locales juveniles como lugares de encuentro en el tiempo de ocio y expresión de autonomía personal entre las y los adolescentes es un fenómeno que, ha tenido un crecimiento considerable en los últimos años, especialmente en el País Vasco. Una característica cultural propia y muy extendida entre las personas jóvenes de esta comunidad, que no se puede obviar y que ayuda a explicar el fenómeno de las lonjas, es la institución social de la cuadrilla y, en una derivación particular, puede ir unido a otro fenómeno socialmente equiparable en algunos aspectos que es el fenómeno de las bandas juveniles (ver nube 8).
Como bien expresa el título estamos tratando de un tema que, evidentemente, se escapa al ámbito académico y escolar, pero que tiene un componente de aprendizaje y socialización que los vincula.
En la novela “Nubes de tiza”, vemos cómo problemas que afloran en el centro escolar tienen su raíz en desencuentros urdidos alrededor de alguna lonja o algún local de reunión donde los adolescentes prolongan sus encuentros más allá del horario escolar.
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En principio, estos espacios de reunión surgieron por la dificultad en encontrar espacios propios, ya sea porque los disponibles se consideraban inapropiados o porque en otros se encontraban vetada la entrada por motivos de edad. Sin embargo, hoy en día su uso se ha extendido en el tiempo ya que también los límites temporales que marcaban la juventud (la edad) están extendiéndose. El modelo tradicional de transición a la vida adulta, una vez acabados los estudios, y el abandono del hogar llegados a la edad adulta, ha cambiado como consecuencia de la crisis y por que la concepción del marco de la edad juvenil se ha prolongado en el tiempo. Es en este marco de socialización de las lonjas a través del cual los individuos ensayan formas de semi-independencia y autonomía en torno a su ocio pero, también, en relación con el propio proceso de constitución como individuos adultos.
La lonja favorece que este proceso de constitución adulta se haga de manera colectiva a través de la cuadrilla de amigos lo que implica un proceso de socialización y, como decíamos en el título, una escuela de convivencia.
Como grupo, los integrantes de una lonja tienen que funcionar con una serie de normas establecidas por los propios miembros en base a esta necesidad de compartir un espacio común.
Como espacios de ocio en estos lugares se pueden desarrollar desde sesiones de cocina hasta bailes o conciertos, pasando por reuniones para conversar lejos de la mirada y el control de las personas adultas. Pero estas actividades pueden generar conflictos de intereses dentro del grupo y entre ellas y ellos y los miembros de las comunidades de vecinos cercanas.
La lonja, más allá de representar físicamente una identidad colectiva de la cuadrilla, supone un sociabilidad centrada en la convivencia. Su complejidad se deriva de las cosas que se hacen para posibilitar la relación social lo que implica una idea general de proyecto colectivo, que supone la necesidad de organizar el espacio y gestionar los recursos, y, sobre todo, establecer relaciones dentro de una vecindad con la que suelen surgir más de un problema.
Esta convivencia no siempre es fácil, tal como refleja una portavoz del Ararteko, el Defensor del Pueblo del País Vasco, “Las quejas de los vecinos que llegan al Ararteko están relacionadas en la mayoría de los casos por ruidos, incumplimientos de los horarios, riesgos para la seguridad… Algunos ciudadanos alegan que los ruidos que provocan los jóvenes no les dejan dormir y otros aseguran incluso que su estado de salud está empeorando por esa razón”.
Por otra parte, en su lado positivo, los integrantes de las lonjas dan vida a la zona en la que se insertan y aumentan el flujo del pequeño comercio actuando como agentes económicos y además crean dinámicas sociales que ayudan a mantener la vida social.
Las lonjas como espacios jurídicos, sin una definición legal propia, emplean formas de gestión especiales, que se mueven entre los clubs juveniles monitorizados (parroquiales, municipales, deportivos…) y las sociedades gastronómicas y, por esta razón, el objetivo debe ser regular de forma homogénea sus actividades y favorecer locales seguros que no perjudiquen la vecindad en la que están instalados.
Sin embargo, esta necesidad de regulación puede entrar en conflicto con el propio origen de las lonjas, esto es, la búsqueda de una autonomía y autogestión que entra en contradicción con cualquier tipo de intervención externa procedente de las autoridades locales.
Se hace pues evidente la necesidad de algún tipo de regulación, pero ésta tendría que hacerse desde la negociación y no desde la imposición, teniendo en cuenta que, aunque es un fenómeno relativamente reciente, parece tener proyección en el futuro y que forma también parte de la vida de los pueblos y de las ciudades.
En cualquier caso el debate sigue abierto.
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